...y es que cuando uno desaparece..todo lo que estuvo alrededor también en cierta forma desaparece...nada es lo mismo ni se ve igual...todo queda como si quedara suspendido...levitando... hasta el regreso..
Un perro cenizo, con los ojos azules y
un lucero en la frente, esquivó la hojarasca que azotaba Macondo aquel jueves
santo. Su trote era vigoroso porque intentaba emparejar a la poblada que
marchaba tres calles delante de él, con un enjambre de mariposas amarillas
revoloteándoles al paso.
El obispo, casposo y de piel azulada,
encabezaba la procesión de los funerales acompañado por la abadesa Josefa María
y tras ellos se desgranaba una poblada que marchaba compacta y silenciosa,
hasta que doblaron el último recodo de la calle principal y enderezaron hacia
el cementerio. Fue Cayetano María, el padre de Eréndida, quien interrumpió
aquel escandaloso silencio:
.- "¿Quien murió en la mala
hora?" -preguntó Cayetano, aún de luto, mientras continuaba arrastrando
los pies dentro del pelotón que marchaba.
.- "Dicen que fue un patriarca, en
la placidez de su otoño" - respondió Aureliano Buendía - "pero nadie
de los de acá le conoce".
.- "Y entonces ¿a qué se debe esta
multitud?"
.- "! Vaya usted a ver!...
Adelántese y pregúntele al obispo".
La procesión continuó bajo la resolana
de las tres de la tarde. Fluía como chocolate espeso, suave y lentamente, por
la calle enterronada, y continuó compacta hasta que todos entraron en el
camposanto. Los portadores bajaron la urna con cierta torpeza, al lado de la inmensa
fosa y de seguidas el obispo comenzó con las oraciones de responso en un latín
mustio y gutural. Al finalizar el rezo, y sin que nadie lo ordenara, los
marchantes descendieron, uno a uno, hacia el foso mortuorio por una endeble
escalinata de madera. Cuando todos quedaron reunidos allá abajo el obispo se le
quedó mirando a Cayetano Delaura que se resistía a bajar. Lo interrogó con la
mirada... le señaló la escala con un gesto, y fue entonces que asumió aquella
realidad, mágica pero cierta.
.- "¿Cuándo murió?"
:- "Ayer, nomás"
.- "Entonces... todos ellos
son..."
.- "Si, están todos"
.- "Pero... ¿Por qué? Nosotros
estamos vivos"
.- "Están vivos, pero no viven.
Ahora serán como él".
.- "¿Muertos en vida?"
El obispo le lanzó por la espalda las
últimas gotas del agua bendita mientras descendía por la escalinata. Tras él
descendía con cierta irregularidad, el ataúd de caoba mientras los personajes
del periodista le abrían un espacio. Las primeras paladas de tierra asombraron
a la pequeña multitud reunida en el foso y para sorpresa del señor obispo y de
la abadesa, se mantuvieron de pie, como quien se abandona al inevitable
chaparrón de una lluvia inesperada, y cuando todos estuvieron convenientemente
enterrados junto a su autor, el obispo y la abadesa retornaron a Macondo,
desandando sus pasos.
.- "¿Para qué los enterramos con
él?" - dijo la mujer con una angustia pecaminosa.
.- "Era necesario e inevitable. Es
el requisito mortal para resucitar"
Entonces los dos religiosos prosiguieron
con el regreso, y mientras se acercaban a la calle real no les sorprendió
comprobar cómo a su paso, también Macondo desaparecía.