Un rayo de improviso cayo
estrepitosamente apagando el televisor y despertando un poco mi amodorrado
cuerpo acomodado en tu hombro. Con aquel movimiento aprovechaste para separarte
un poco haciendo un ademán giratorio con el brazo
-
Ya me tenias
dormido el brazo.
-
Lo siento, me quede
dormida. Mejor aprovecho en hacer algo mientras terminas de leer tu libro
-
No, tengo otro
brazo que se pone celoso si no vienes a colocarte en el….
Y como una niña pequeña que le
abren los brazos no demoro en acomodarme entre tu pecho, como si fueran las
alas protectoras de un ave.
-
No quería
despertarte, ha sido el rayo
-
No para de llover
esta tarde, con las ganas que tenia de salir a pasear o comer un helado…
-
Tengo algo mejor
para ti, algo que se disfrutas mas…te contaré un cuento mientras llueve
Entonces yo, ni corta ni perezosa,
aprovecho para escabullir mi cuerpo entre el tuyo de manera de poder mirarte
directamente a la cara mientras empiezas tu historia…
-
Esta es la historia
de un escritor venezolano llamado Pedro Emilio Coll y trata sobre un chico
llamado Juan Peña..
A
los doce años, combatiendo Juan Peña con unos granujas recibió un guijarro
sobre un diente; la sangre corrió lavándole el sucio de la cara, y el diente se
partió en forma de sierra. Desde ese día principia la edad de oro de Juan Peña.
Con
la punta de la lengua, Juan tentaba sin cesar el diente roto; el cuerpo
inmóvil, vaga la mirada sin pensar. Así, de alborotador y pendenciero, tornóse
en callado y tranquilo.
Los
padres de Juan, hartos de escuchar quejas de los vecinos y transeúntes víctimas
de las perversidades del chico, y que habían agotado toda clase de reprimendas
y castigos, estaban ahora estupefactos y angustiados con la súbita
transformación de Juan.
Juan
no chistaba y permanecía horas enteras en actitud hierática, como en éxtasis;
mientras, allá adentro, en la oscuridad de la boca cerrada, la lengua
acariciaba el diente roto sin pensar.
—El
niño no está bien, Pablo —decía la madre al marido—, hay que llamar al médico.
-
Típico…si un niño
juega mucho es un niño travieso y si está quieto está enfermo…porque las madres
no se ponen de acuerdo y..
-
Ya te salió la vena
criticona, me dejas seguir?
-
Cuando te pones así
me provoca darte un beso tan grande que te quite el color de la cara
-
Muy difícil mi cara
tiene color de luna y sol…sigo
Llegó
el doctor y procedió al diagnóstico: buen pulso, mofletes sanguíneos, excelente
apetito, ningún síntoma de enfermedad.
—Señora
—terminó por decir el sabio después de un largo examen— la santidad de mi
profesión me impone el deber de declarar a usted...
—¿Qué,
señor doctor de mi alma? —interrumpió la angustiada madre.
—Que
su hijo está mejor que una manzana. Lo que sí es indiscutible —continuó con voz
misteriosa— es que estamos en presencia de un caso fenomenal: su hijo de usted,
mi estimable señora, sufre de lo que hoy llamamos el mal de pensar; en una palabra,
su hijo es un filósofo precoz, un genio tal vez.
-
Esas son cosas de
pueblo….¿ A quien se le ocurre pensar que un chico callado es un filosofo?
-
Así es la historia
-
Yo le hubiera dado
un desparasitante y seguro se le quita
-
Me dejas seguir o
me vas a cambiar los cuentos como haces siempre
-
Que yo que???—Esta bien..muda…sigue,
amor
En
la oscuridad de la boca, Juan acariciaba su diente roto sin pensar.
Parientes
y amigos se hicieron eco de la opinión del doctor, acogida con júbilo indecible
por los padres de Juan. Pronto en el pueblo todo se citó el caso admirable del
"niño prodigio", y su fama se aumentó como una bomba de papel
hinchada de humo. Hasta el maestro de la escuela, que lo había tenido por la
más lerda cabeza del orbe, se sometió a la opinión general, por aquello de que
voz del pueblo es voz del cielo. Quien más quien menos, cada cual traía a
colación un ejemplo: Demóstenes comía arena, Shakespeare era un pilluelo
desarrapado, Edison... etcétera.
Creció
Juan Peña en medio de libros abiertos ante sus ojos, pero que no leía,
distraído con su lengua ocupada en tocar la pequeña sierra del diente roto, sin
pensar.
Y
con su cuerpo crecía su reputación de hombre juicioso, sabio y
"profundo", y nadie se cansaba de alabar el talento maravilloso de
Juan. En plena juventud, las más hermosas mujeres trataban de seducir y
conquistar aquel espíritu superior, entregado a hondas meditaciones, para los
demás, pero que en la oscuridad de su boca tentaba el diente roto, sin pensar.
Pasaron
los años, y Juan Peña fue diputado, académico, ministro y estaba a punto de ser
coronado Presidente de la República, cuando la apoplejía lo sorprendió
acariciándose su diente roto con la punta de la lengua.
Y
doblaron las campanas y fue decretado un riguroso duelo nacional; un orador
lloró en una fúnebre oración a nombre de la patria, y cayeron rosas y lágrimas
sobre la tumba del grande hombre que no había tenido tiempo de pensar.
-
Y fin….terminó la
historia
-
Me prometes
algo?...si tenemos un hijo y se rompe un diente no lo dejemos pensar tanto..
-
No me preocupa eso,
contigo en casa no hay quien pueda pensar
-
Me estás diciendo
que no dejo de hablar?
-
Yo??? jajajjajajaja
ven aquí loca de carretera..te quiero
-
Y yo te quiero mas…
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Para los que solo fui sombra..para aquellos que deje huella...escribiré siempre que pueda todo lo que mis divagaciones me hagan sentir...